No hay mamás perfectas. Las mamás se cansan, se desesperan y hasta se enojan. Pueden sentirse tristes y llorar.
El protagonista de este cuento advierte, al paso de los años, de que su mamá es una mamá de carne y hueso y que, junto a él, está aprendiendo a ser mamá.
Juntos, mamá e hijo, aprenden en su vida cotidiana que es normal tener sentimientos de aflicción, angustia o amargura, y que pueden equivocarse o a veces sentirse frustrados.
En el camino hay altas y bajas, y los dos aprenden lo valioso de aceptar los errores y de hacer el mayor esfuerzo por rectificar.
A través de su mirada, el niño ve que su mamá —una mamá real—, se equivoca, pero que todos los días se esfuerza por ser mejor, y no se rinde nunca.
En este cuento todo es pasajero, todo es real y todo es perfectamente imperfecto.
Mi mamá ¡no sabía ser mamá! Marialicia Juaristi
Independiente